Los alrededores de Antuco, encierran lugares maravillosos. El volcán, la Sierra Velluda, las Chilcas, la Laguna, son algunos de los parajes espectaculares, muy poco conocidos y escasamente explotados a nivel turístico. Lamentablemente, hoy esa región, ha pasado a ser símbolo del dolor. La tragedia, en la que murieron casi cincuenta soldados, mayoritariamente jóvenes, y pertenecientes a estratos socioeconómico bajos, nos lleva a pensar en la inequidad de la muerte.
Contrariamente a lo que se plantea desde el sentido común, la muerte no visita por igual a ricos y pobres. Claramente ella discrimina. Prefiere cargar con las personas de menores recursos, que con los más adinerados. Y ello claro, dice relación con el acceso a los servicios de salud, pero también se relaciona con la segmentación social del servicio militar, y con los riesgos asociados a dicha actividad.
Es cierto que existe una clara tendencia a la voluntariedad del contingente que ingresa a efectuar su servicio militar, pero también es necesario reconocer, que la mayor parte de estos jóvenes, optan por ello, considerando como una alternativa de movilidad social, su inserción en las instituciones armadas.
En un país como el nuestro, donde a pesar de lo logrado, queda mucho por avanzar en materia de igualdad de oportunidades, no es tanto la vocación como la esperanza de contar con un sueldo, exiguo pero constante, lo que impulsa a cientos de jóvenes a la carrera militar (me refiero en todo caso a la carrera de Suboficial)
No creo que, dadas las actuales condiciones regionales, podamos subsistir como país prescindiendo de las Fuerzas Armadas. Eso está fuera de discusión. Pero creo, sinceramente, que se requiere que como sociedad generemos las condiciones económicas y sociales básicas, para que aquellos jóvenes escojan, de verdad libremente, y no presionados por la sensación de que esta es la única oportunidad que tendrán en su vida.