5.06.2005

Chile 2035


Julián, mi primer hijo, acaba de cumplir tres meses de edad.De más está decir la alegría inmensa que me provocan sus miradas, sus sonrisas, sus primeros balbuceos.
Más de alguna vez me he sorprendido imaginándole a los treinta años (casi la misma edad que tengo yo ahora). Me encantaría verle tranquilo, contento, realizado. ¿De qué depende aquello?
Por cierto de sus habilidades personales. De las conversaciones que él sea capaz de diseñar a lo largo de su vida. Del apoyo que nosotros, como familia, le brindemos a lo largo de su existencia.
¿Pero qué hay de la sociedad?. Que Julián y todos los niños y niñas de su misma edad logren ser felices, ¿Depende exclusivamente de su esfuerzo individual?
Desde mi punto de vista NO.
La sociedad debe generar un acuerdo social básico, sobre el cual se funde, de manera efectiva, un proyecto meritocrático real. A partir de este acuerdo, el Estado debe operar, para asegurar que efectivamente, todos tengan las mismas posibilidades. En esta materia, la “mano invisible” no es eficiente. Y no lo es, porque la competencia no se inicia en igualdad de condiciones. Hay niños que parten con un rezago de varios kilómetros respecto de otros. He aquí un gran fallo de mercado.
A mi juicio las políticas públicas deben ser capaces de homogeneizar los puntos de partida, de manera tal que sean efectivamente las capacidades individuales las que diseñen el futuro y no el peso económico o social de las familias a las que pertenecen los niños.
Cuando hablo de acuerdo social, me estoy refiriendo a la voluntad expresa de la ciudadanía, en torno a abandonar por un momento la lógica del homus economicus. Suficiente evidencia teórica hay, para afirmar que el actuar racional y egoísta no conduce a óptimos sociales (Revísese para tales efectos el "Dilema del Prisionero" o los planteamientos de Amartya Sen). Operar desde el darwinismo social, maximizando exclusivamente los beneficios individuales, será muy bueno para algunos. Para el resto, solo quedará la exclusión y la incertidumbre.
Pensar por un momento en el bienestar de Chile, como un todo, más que de nacionalismos, habla de la certeza de que en gran medida el bienestar del otro, se traduce, más temprano que tarde, también, en mi propio bienestar.
Julián ha reafirmado mi sueño de un Chile versión 2035, en el que él, tu hijo, y el de todos, sean adultos plenos. Personas que puedan decir que, nuestra generación -la de sus padres- se comprometió con la declaración de un Chile Nuevo para ellos. Uno en el que los méritos puedan más que la sangre y que el dinero.
Les invito por tanto, a que juntos hagamos historia.