Juan Pontigo Cisternas, obrero, 50 años, es la primera víctima mortal del Transantiago. Falleció ayer, de regreso a su casa, al interior de un vagón del metro, en la estación Baquedano. La causa señalada por la autopsia: una insuficiencia cardiaca provocada por la falta de oxígeno.
Se supone, en teoría, que las políticas públicas son instrumentos que impulsan los gobiernos para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos. Las promesas del Transantiago eran reducción de tiempo, comodidad y eficiencia. Hasta ahora, el resultado ha sido exactamente el contrario, sin contar la rabia y la impotencia de los usuarios, y una que otra protesta callejera, que a estas alturas sorprende que no sean más numerosas y de mayor magnitud.
Me pregunto si quienes diseñaron el modelo matemático sobre el que se funda el Transantiago -que implicó el uso de no pocos recursos fiscales en estudios- habrán tomado micro alguna vez. Y no lo planteo con sarcasmo. El talón de Aquiles de este tipo de diseños, ultra racionalistas y "de arriba hacia abajo" (Top-Down) es que no tienen en cuenta el punto de distribución de la política, es decir el espacio en el que se encuentran los ciudadanos destinatarios del servicio y los encargados de proveer el mismo. Me refiero en este caso, a los paraderos callejeros, y a las micros. En ellos, hasta enero recién pasado, existía un conjunto de elementos culturales, propios de la vida cotidiana de la ciudad. Considerarlos en el diseño de la política era fundamental para que el plan se ajustara a la realidad existente. Por lo que hemos visto hasta ahora, parece que no fue así.
Tal y como van las cosas, y eso es lo peor de todo, ya comienza a añorarse el macabro sistema anterior. Ese de los tirones, de las carreras por pasajeros, de los viajes en la pisadera, de las malas caras del conductor. Y es que, a pesar de todas sus desagradables características las personas podían estar tranquilas. Sabían que a la mañana siguiente y con la regularidad de toda la vida, la micro pasaría y los llevaría a su destino: trabajo, estudio, familia. Hoy, ni siquiera, con eso, con la más mínima de las seguridades en lo que a transporte se refiere, cuentan los santiaguinos.
En definitiva, toda la absurda situación parece resumirse en una fatídica frase:
"Micro o muerte ¿llegaremos?"
Y esa disyuntiva, en un país como el nuestro, es inaceptable.
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