11.18.2006
De Michelle a Ségolène
Tal y como hace poco más de un año lo hiciera la actual Presidenta chilena, Michelle Bachelet, Ségolène Royal ha ganado la nominación oficial como candidata a la presidencia de la República francesa.
Y lo hizo de una manera contundente. Obtuvo el 60,62% de los votos en las elecciones internas del Partido Socialista, superando por casi 40% a sus dos contendores, ambos representantes del "establishment" de aquel partido. En este sentido, Bachelet y Royal no sólo coinciden en la ascendencia francesa y en ser hijas de uniformados, ambas además lograron vencer fuertes oposiciones dentro de sus propias tiendas políticas, alimentadas tanto por prejuicios de género como por las históricas estructuras de poder y privilegios partidarios.
En su primer mensaje luego de la victoria, Royal pidió a sus compatriotas que imaginasen "una Francia que tenga el coraje de afrontar las mutaciones sin renunciar a su ideal de libertad, igualdad y fraternidada...Hoy es un día hermoso para salir al combate, porque nos empuja un movimiento popular generoso y feliz que siente que nos anima una causa más grande que nosotros".
La tarea es dura para los socialistas galos antes de las elecciones de la próxima primavera europea. Su más probable contendor de la derecha será Nicolas Sarkozy, actual Ministro del Interior de Chirac. Lo más probable es que Ségolène Royal, además de sus fuerzas internas, reciba un fuerte respaldo desde el sur del mundo. No sería nada de extraño que poco antes de las elecciones, la presidenta Bachelet la visitase en Francia. Aquello sería una justa devuelta de mano al gesto que ella hiciera en la última fase de su campaña, cuando estuvo en Chile respaldándole y acompañándole en diversas actividades públicas.
Fuerza pues a Ségolène y a los socialistas de Francia.
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11.17.2006
¿Celebrar o llorar?
Murió Friedman.
¿Celebrar o llorar?
Al menos en Chile, creo que las opiniones y sentimientos estarán divididos.
Y claro, es que no podemos negar la influencia que este economista tuvo en la configuración de nuestro Chile actual. Recordemos que la dictadura de Pinochet transformó sus postulados en la "piedra filosofal" de las políticas públicas durante las décadas del setenta y ochenta. Su voz era casi la de un dios.
A él le debemos la liberalización de la economía; la privatización de las empresas públicas (no le atribuyamos eso sí, el desfalco del que fuimos víctimas por funcionarios del régimen, con ventas de activos públicos a precios irrisorios); la desprotección social por la disminución del gasto público, la primacía de la lógica de la acción racional y con ello el abandono de la acción y de los proyectos comunitarios; entre muchas otras transformaciones.
En fin, como consecuencia de la aplicación de sus postulados, tenemos un Chile "moderno y pujante", el de los ganadores, pero también uno sumido en la pobreza, en la incertidumbre y en la escasez de oportunidades, el Chile de los perdedores.
La verdad es que treinta años después de la implementación de sus medidas, está más que claro, que la "mano invisible" no basta para la vida social. La acción del Estado -tal y como lo fundamenta Stiglitz- es primordial para ello.
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11.07.2006
Que la contingencia no nos oculte lo de verdad importante
Unánime condena a los casos de corrupción. Perfecto. Nuestra moral ciudadana sigue incólume.
Pero mientras litros de tinta, y centenares de horas informativas son destinados a tales asuntos, ¿qué pasa con la atención pública hacia otros hechos infinitamente más escandalosos? Pareciera que –por vergüenza- optamos colectivamente por meterlos bajo nuestra “alfombra social”
Basta recordar al respecto un solo dato: En Chile, el 10% más rico de la población recibe 40 veces más ingresos que el 10% más pobre. Escandaloso ¿no?. Al intervenir el Estado, a través de las políticas sociales, esa brecha es reducida a 14 veces aproximadamente.
Como ven, la desigualdad social es uno de nuestros mayores lastres.
He aquí, en mi opinión, lo que debe ser uno de los ejes de acción de las fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda, en el mundo entero: Asegurar a cada niño y niña, las mismas oportunidades en la vida, independientemente de la familia a la que pertenezca o del lugar en el que nazca.
Este es un gran desafío, porque debemos tener en cuenta que no se trata solamente de condiciones materiales, que puedan superarse con transferencias de recursos. Hay un ineludible capital simbólico que está en juego y que no logra ser suplido tan fácilmente con la acción gubernamental.
En el caso chileno, esto se refleja en un círculo vicioso en el que el apellido o las redes gestadas en la educación primaria y secundaria en colegios particulares (a los que asiste la elite) se plasman luego en el acceso a universidades de prestigio y finalmente, en las mejores ubicaciones laborales.
Sobre lo anterior abundan ejemplos. Un estudio reciente evidenció cómo, en el caso de los economistas, dicho capital no material pesaba enormemente. A igual nivel de estudios, e igual rendimiento académico, aquellos profesionales cuyos apellidos sugerían pertenencia a la clase alta lograban mayores ingresos que aquellos que revelaban pertenencia a estratos medios. Ello por el interés de las empresas de captar empleados con un buen nivel de “redes”, lo que no es otra cosa, que contar con amistades y contactos con alto nivel de remuneraciones.
Si esto ocurre a nivel profesional, no cuesta imaginar por tanto, cuántos talentos hemos desperdiciado de manera global. Pensemos en todos aquellos niños y niñas que ni siquiera lograron ir a la escuela o que no pudieron continuar sus estudios por razones económicas. No debemos olvidar que en las familias pobres, el costo de oportunidad de la enseñanza de sus hijos e hijas (sobre todo en lo que respecta a la educación superior) sigue siendo alta. A ellas les es mucho más rentable que éstos se dediquen a trabajar -para aportar con un ingreso adicional a la familia (aunque sea ínfimo)- que postergar la remuneración por un período adicional de formación.
En este contexto pensemos en todos los talentos que hemos desperdiciado, “simplemente” porque como país(es) no hemos generado las posibilidades para que éstos logren desplegarse. Si lo tradujéramos a recursos económicos, la cifra sería estratosférica.
La sociedad por tanto, debe generar un acuerdo social básico, sobre el cual se funde, de manera efectiva, un proyecto meritocrático real. A partir de este acuerdo, el Estado debe operar, para asegurar que efectivamente, todos tengan las mismas posibilidades. En esta materia, la “mano invisible” no es eficiente. Y no lo es, porque la competencia no se inicia en igualdad de condiciones. Hay niños que parten con un rezago de varios kilómetros respecto de otros. He aquí un gran fallo de mercado.
A mi juicio las políticas públicas deben ser capaces de homogeneizar los puntos de partida, de manera tal que sean efectivamente las capacidades individuales las que diseñen el futuro y no el peso económico o social de las familias a las que pertenecen los niños.
Cuando hablo de acuerdo social, me estoy refiriendo a la voluntad expresa de la ciudadanía, en torno a abandonar por un momento la lógica del homus economicus. Suficiente evidencia teórica hay, para afirmar que el actuar racional y egoísta no conduce a óptimos sociales (Revísese para tales efectos el "Dilema del Prisionero" o los planteamientos de Amartya Sen). Operar desde el darwinismo social, maximizando exclusivamente los beneficios individuales, será muy bueno para algunos. Para el resto, solo quedará la exclusión y la incertidumbre.
Pensar por un momento en el bienestar de cada uno de los países y del mundo, como un todo, más que de nacionalismos, habla de la certeza de que en gran medida, el bienestar del otro (de mi prójimo, de mi vecino), se traduce, más temprano que tarde, también, en mi propio bienestar.
Mi sueño es el de un mundo, versión 2036, en el que mi hijo, el tuyo y el de todos, sean adultos plenos. Personas que puedan decir que, nuestra generación -la de sus padres- se comprometió con la declaración de un Mundo Nuevo para ellos. Uno en el que los méritos puedan más que la sangre y que el dinero.
Les invito por tanto, a que juntos hagamos historia y a evitar que lo urgente(lo azarosamente contingente) no nos haga olvidar lo realmente importante.
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Pero mientras litros de tinta, y centenares de horas informativas son destinados a tales asuntos, ¿qué pasa con la atención pública hacia otros hechos infinitamente más escandalosos? Pareciera que –por vergüenza- optamos colectivamente por meterlos bajo nuestra “alfombra social”
Basta recordar al respecto un solo dato: En Chile, el 10% más rico de la población recibe 40 veces más ingresos que el 10% más pobre. Escandaloso ¿no?. Al intervenir el Estado, a través de las políticas sociales, esa brecha es reducida a 14 veces aproximadamente.
Como ven, la desigualdad social es uno de nuestros mayores lastres.
He aquí, en mi opinión, lo que debe ser uno de los ejes de acción de las fuerzas políticas de izquierda y centroizquierda, en el mundo entero: Asegurar a cada niño y niña, las mismas oportunidades en la vida, independientemente de la familia a la que pertenezca o del lugar en el que nazca.
Este es un gran desafío, porque debemos tener en cuenta que no se trata solamente de condiciones materiales, que puedan superarse con transferencias de recursos. Hay un ineludible capital simbólico que está en juego y que no logra ser suplido tan fácilmente con la acción gubernamental.
En el caso chileno, esto se refleja en un círculo vicioso en el que el apellido o las redes gestadas en la educación primaria y secundaria en colegios particulares (a los que asiste la elite) se plasman luego en el acceso a universidades de prestigio y finalmente, en las mejores ubicaciones laborales.
Sobre lo anterior abundan ejemplos. Un estudio reciente evidenció cómo, en el caso de los economistas, dicho capital no material pesaba enormemente. A igual nivel de estudios, e igual rendimiento académico, aquellos profesionales cuyos apellidos sugerían pertenencia a la clase alta lograban mayores ingresos que aquellos que revelaban pertenencia a estratos medios. Ello por el interés de las empresas de captar empleados con un buen nivel de “redes”, lo que no es otra cosa, que contar con amistades y contactos con alto nivel de remuneraciones.
Si esto ocurre a nivel profesional, no cuesta imaginar por tanto, cuántos talentos hemos desperdiciado de manera global. Pensemos en todos aquellos niños y niñas que ni siquiera lograron ir a la escuela o que no pudieron continuar sus estudios por razones económicas. No debemos olvidar que en las familias pobres, el costo de oportunidad de la enseñanza de sus hijos e hijas (sobre todo en lo que respecta a la educación superior) sigue siendo alta. A ellas les es mucho más rentable que éstos se dediquen a trabajar -para aportar con un ingreso adicional a la familia (aunque sea ínfimo)- que postergar la remuneración por un período adicional de formación.
En este contexto pensemos en todos los talentos que hemos desperdiciado, “simplemente” porque como país(es) no hemos generado las posibilidades para que éstos logren desplegarse. Si lo tradujéramos a recursos económicos, la cifra sería estratosférica.
La sociedad por tanto, debe generar un acuerdo social básico, sobre el cual se funde, de manera efectiva, un proyecto meritocrático real. A partir de este acuerdo, el Estado debe operar, para asegurar que efectivamente, todos tengan las mismas posibilidades. En esta materia, la “mano invisible” no es eficiente. Y no lo es, porque la competencia no se inicia en igualdad de condiciones. Hay niños que parten con un rezago de varios kilómetros respecto de otros. He aquí un gran fallo de mercado.
A mi juicio las políticas públicas deben ser capaces de homogeneizar los puntos de partida, de manera tal que sean efectivamente las capacidades individuales las que diseñen el futuro y no el peso económico o social de las familias a las que pertenecen los niños.
Cuando hablo de acuerdo social, me estoy refiriendo a la voluntad expresa de la ciudadanía, en torno a abandonar por un momento la lógica del homus economicus. Suficiente evidencia teórica hay, para afirmar que el actuar racional y egoísta no conduce a óptimos sociales (Revísese para tales efectos el "Dilema del Prisionero" o los planteamientos de Amartya Sen). Operar desde el darwinismo social, maximizando exclusivamente los beneficios individuales, será muy bueno para algunos. Para el resto, solo quedará la exclusión y la incertidumbre.
Pensar por un momento en el bienestar de cada uno de los países y del mundo, como un todo, más que de nacionalismos, habla de la certeza de que en gran medida, el bienestar del otro (de mi prójimo, de mi vecino), se traduce, más temprano que tarde, también, en mi propio bienestar.
Mi sueño es el de un mundo, versión 2036, en el que mi hijo, el tuyo y el de todos, sean adultos plenos. Personas que puedan decir que, nuestra generación -la de sus padres- se comprometió con la declaración de un Mundo Nuevo para ellos. Uno en el que los méritos puedan más que la sangre y que el dinero.
Les invito por tanto, a que juntos hagamos historia y a evitar que lo urgente(lo azarosamente contingente) no nos haga olvidar lo realmente importante.
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