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Si bien es cierto la identificación de clase, que caracterizaba a los partidos políticos en cualquier lugar del mundo hasta hace treinta años, ha perdido vigencia, la polémica, con visos de escándalo, que rodea las vacaciones de Sarkozy -el Presidente electo de Francia-, muestra que aquello, al menos en lo que se refiere a la vinculación entre la Derecha y los sectores más ricos y poderosos de la sociedad, aún goza de una robusta salud.
El punto no es que se haya tomado vacaciones. Luego de una intensa campaña electoral, nadie pone en duda que las tenía más que merecidas. El centro de la discusión en este caso, es que haya decidido hacerlo a bordo de un lujosísimo yate en el Mediterráneo, propiedad de uno de los hombres más ricos de Francia.
Que su viaje "no haya costado un céntimo a los contribuyentes" –como él mismo declaró- poco importa. Y es que en la política, los símbolos son demasiado trascendentes, como para no considerar, primero, que el autoproclamado “candidato del pueblo”, descansa inmerso en un lujo del que se ve privado la inmensa mayoría de los franceses. Y, segundo, que el egreso fiscal “cero” que proclamó en su defensa, se debe fundamentalmente a que aquellas vacaciones fueron financiadas por sus amigos, dueños de las grandes empresas francesas.
En definitiva, parece tiempo de transparentar las cosas. Que los partidos de Derechas, en cualquier lugar del mundo, manifiesten abiertamente (aunque aquello les avergüence) que tras su supuesta “preocupación por los problemas reales de la gente”, se esconde más bien, la representación de los intereses de los sectores económicamente más privilegiados de la población.
Pongamos fin a los eufemismos y mentiras por favor.
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