11.29.2005

213 millones de pobres



Transcribo para ustedes la presentación que realiza la CEPAL de su informe anual “Panorama Social de América Latina”.
En este documento se describe la situación social de los diferentes países de nuestra región, especialmente en lo que dice relación con pobreza y desigualdad:

Trece millones de personas habrían salido de la pobreza en América Latina y el Caribe entre el 2003 y el 2005, según estimaciones del “Panorama Social de América Latina” de la CEPAL. En todo caso, la pobreza sigue siendo demasiado elevada: afecta a 213 millones de personas (40,6 %), de los cuales 88 millones (16,8 %) viven en la indigencia.


Las mejores condiciones económicas, las remesas de los emigrantes y el aumento del gasto social contribuyeron a quebrar la tendencia al aumento de la pobreza en la región que imperaba desde 1990, según la CEPAL.

Las nuevas mediciones indican que el flagelo disminuyó en la mayoría de los países. En Argentina durante 2004 descendió un 16 puntos porcentuales en las áreas urbanas, y la indigencia lo hizo en un 9,8 puntos respecto a 2002. En México se mantuvo la tendencia a la baja iniciada en 1996 con una nueva reducción entre 2002 y 2004, de 2,4 puntos porcentuales en pobreza y 0,9 en indigencia, principalmente en las áreas rurales. En Perú la indigencia cayó en 2,8 puntos porcentuales.

Las cifras previstas para este año muestran que la región avanzó en un 51% hacia el cumplimiento de la primera meta del Milenio, que consiste en reducir para el año 2015 a la mitad el porcentaje de población en pobreza extrema registrado en 1990. Ésta es "una noticia alentadora", según la CEPAL, aunque no debe olvidarse que el progreso es todavía insuficiente en relación con el tiempo transcurrido para alcanzar la meta, que equivale al 60% (15 años de un total de 25).

En esta edición del Panorama social se examina la situación de los países en múltiples dimensiones sociales a través del estudio de las carencias básicas de la población en cuanto a la vivienda, el acceso a agua potable, a saneamiento y a educación básica.
Las carencias más frecuentes tienen sus raíces en el déficit habitacional, según se detectó. Más del 30% de la población en 9 países (de un total de 14) vive hacinada, conviviendo de a tres o más personas por cuarto. Un porcentaje similar carece de conexión al alcantarillado público (o a una fosa séptica en las áreas rurales) en 13 de 17 países.

El aporte de las remesas: Los envíos de dinero desde el exterior habrían permitido que no menos de 2,5 millones de latinoamericanos salieran de la pobreza en 2002. "Las remesas ejercen una fuerte influencia en el nivel y distribución del ingreso de las familias receptoras" al permitir a muchas de ellas salir de la pobreza y mejorar su situación relativa respecto de las demás, sostiene la CEPAL.

En el 2004 los flujos de remesas hacia América Latina y el Caribe se estimaron en 45 mil millones de dólares, cifra similar a la inversión extranjera directa y superior a la ayuda oficial para el desarrollo.
En varios países las remesas equivalen al 10% del producto interno bruto (PIB), lo que sugiere "una elevada dependencia de estos flujos como motores de la economía", según CEPAL. Los porcentajes más elevados se dan en Haití (29%), Nicaragua (18%), Guyana y Jamaica (17%), y el Salvador (16%).

Los envíos del exterior llegan preferentemente a los hogares de escasos recursos y son para ellos una importante fuente de ingresos. En nueve de once países analizados la mitad de las personas en los hogares receptores estarían bajo la línea de pobreza si no contaran con este aporte.

De acuerdo con el índice de Gini (que mide la desigualdad) las remesas mejoran la distribución del ingreso en los hogares receptores en todos los países analizados, a excepción de Honduras. El Salvador presenta la mayor disminución de la desigualdad, seguido por Ecuador (área urbana), Guatemala, México, Nicaragua y República Dominicana.

11.08.2005

Nuestra "Petit Paris" chilena

Desde hace un par de semanas, Paris, la “ciudad luz” le hace honor a su nombre.
Miles de autos incendiados han iluminado su noche, con la energía de la rabia y la frustración acumulada por décadas.
Jóvenes franceses, hijos de inmigrantes, se han volcado a las calles para protagonizar una catarsis colectiva.
Los automóviles, símbolos de la propiedad privada, esa a la que ellos tienen poco acceso, se han convertido en los “chivos expiatorios” de este ritual.
Conmocionadas, las autoridades francesas han llamado al orden y al entendimiento. Para eso, han puesto en juego sus mejores herramientas: la fuerza policial, el toque de queda y discursos plagados de eufemismos sobre estos “barrios difíciles”.

En Chile, a miles de kilómetros de distancia, no faltará quien se solace de esta “barbarie”.

Comparará la “primitiva” sociedad gala, con el avanzado estado de la chilena, y abundará en elogios a la pacífica manera en que nosotros resolvemos los conflictos.

Es más, capaz que hasta temerariamente se atreva a afirmar que en Chile, los conflictos sociales no existen, porque “las instituciones funcionan”.
Por favor.
A mi juicio, y muy lamentablemente, como país estamos plagados de muchas de aquellas “Petit Paris”.
Para que hablar de la desigual distribución del ingreso. De la desigual distribución de las oportunidades sociales. Para qué decir que la cuna pesa más que el mérito individual. Para qué referirme a la segregación espacial de nuestras grandes ciudades, y de los guethos a los que han sido relegados los más pobres, producto de erradas políticas sociales.

El caso es que de manera aguda, aquellas manifestaciones de jóvenes galos, tienen lugar episódicamente en Chile en un par de fechas en el año. Pero sobre todo en una. Cada noche del 11 de septiembre los jóvenes salen a la calle a manifestarse. A expresar su descontento contra el “establishment”. Contra esa estructura social que los determina a reproducir la pobreza en la que nacieron. Contra ese enemigo sin rostro que les sentencia a no desarrollar sus talentos, porque, muy probablemente –como le habrán dicho muchos de sus “profesores”, eso de “pensar en ser profesional” no es para ellos.

Lo curioso es que pareciera ser que como sociedad, hemos ido aceptando que aquel día a través de las fogatas y de las piedras (y bajo la atenta mirada de la autoridad), la presión social tenga una válvula de escape.

Es como si tácitamente diéramos la venia para que la sensación de injusticia, y el descontento vivenciados por muchos grupos excluidos, sean “legítima” y controladamente canalizadas durante esa única jornada. De esta manera, durante los restantes 364 días del año, podemos seguir existiendo como una sociedad “tranquila y razonable”, sin culpas, ni peligros de subversión .

¿Qué piensan ustedes?